A pedido de las multitudes (fuiiiira), acá va la continuación del post anterior. Lo iba a partir en tres partes pero como muchos me han dicho que el post anterior no les pareció largo lo dejé en dos nomás. Advierto entonces que este post SI es kilométrico, ojalá no se me aburran.
Sigamos con la historia entonces:
El último mes y medio que viví en Lima fue demasiado acelerado. Ni bien llegué de Chile con la novedad que había conseguido trabajo y que me iba a vivir a Santiago dos meses antes de lo planeado empezó una vertiginosa carrera contra el tiempo para dejar todo organizado antes de mi partida. Y con todo me refiero a renunciar a mis trabajos y dejar todos los asuntos cerrados, seleccionar y capacitar a la chica que me iba a reemplazar en la oficina, mandar a hacer vestido de novia, lista de invitados para el matri, buscar el lugar donde iba a ser la recepción, escoger recuerdos, flores, sacar partidas de confirmación y bautismo de mi esposo y mías, pelearme con la odiosa secretaria de la iglesia donde me iba a casar etc… O sea todo lo que tenía planificado hacer en tres meses lo hice en la mitad de tiempo. Aparte de los mil trámites que tuve que hacer en el Ministerio de Relaciones Exteriores y en el Consulado Chileno para viajar con mis papeles en regla. Ese mes y medio ni dormí, quería que el día dure 40 horas y por lo general me acostaba tipo 3 o 4 de la mañana todavía sintiendo que me faltaban cosas por hacer.
Luego de las reuniones de despedida organizadas por la familia y los amigos, finalmente la tarde del 17 de setiembre me vi en el aeropuerto con mis maletas, diciéndole adiós a mi familia, a Lima y a lo que había sido mi vida hasta ese entonces. Fue triste partir, para qué lo voy a negar… pero no quiero shorar escribiendo este post, si quieren saber un poco más, hace tiempo escribí otro post al respecto, bastante depre por cierto.
Llegué a Santiago en la madrugada del jueves 18 de setiembre del 2003 en pleno fin de semana largo por las fiestas patrias chilenas. Todos mis sentimientos estaban entremezclados, por un lado estaba contenta de estar por fin al lado de mi esposo y comenzar nuestra vida juntos, pero por otro lado me moría de pena pensando todo lo que había dejado atrás.
Aproveché el fin de semana para arreglar las pocas cosas que había podido traer en la maleta y como anécdota contaré que toda mi ropa interior la dejé olvidada en Lima. Así es, generalmente cuando hago maletas dejo la ropa interior para el final y trato de acomodarla en los espacios vacíos, dentro de zapatos, etc. Al parecer cuando hice la maleta, debido a que tenía mil cosas en qué pensar olvidé meter la ropa interior que había reservado para el final. Y eso que mis amigas, tías, primas, etc., me habían regalado un montón de ropa interior de lo más fina y sexy, que es lo típico que te regalan cuando te casas, y todo me lo olvidé, sólo tenía el calzón y el sostén con el que había viajado. Horror. Al día siguiente, muy digna yo, usando un calzoncillo de mi esposo (no me quedaba otra, no iba a andar commando por las calles) fui a comprarme la ropa interior más barata que encontré. Y por consiguiente la más matapasiones también, ja, ja! Es que me llegaba comprar ropa bonita cuando tenía tanta en Lima que ni había estrenado.
Bueno pues, el lunes 22 de setiembre a las 9 en punto de la mañana estaba yo en mi nueva oficina, que para maravilla, quedaba a sólo tres cuadras de mi departamento. Ni gastaba en pasajes. Mi primera dificultad a enfrentar fue entender el “chileno”. Ya sé que Perú y Chile son países hispanohablantes pero por un momento sentí que me estaban hablando en algún idioma desconocido. No entendía nada. Los chilenos hablan súper rápido y cortan las palabras, no pronuncian las “s” aparte que usan bastante jerga de la cual no entendía ni michi. Yo por supuesto que ponía mi cara de que estaba entendiendo perfectamente lo que me explicaban pero la verdad es que habré comprendido un 40% y ya me daba roche estar pidiendo a cada rato que repitieran lo que han dicho.
Mi segunda dificultad a enfrentar, fue entender que la sociedad chilena es mucho más cerrada que la peruana. Yo estaba acostumbrada en Lima a llegar a un nuevo trabajo y de hecho encontrar a alguien conocido. El medio en el que me desenvolvía en Lima era muy pequeño, casi todo el mundo se conoce. Y si no, pues al toque te haces amigos y sales a almorzar juntos, etc.
Acá no es tan fácil, yo era la única extranjera en una oficina de 40 chilenos. Había una brasilera también pero vivía en Chile hacía como 15 años y estaba casada con chileno así que ella podría considerarse una chilena más. Yo era la recién llegada, la nuevita, la chica peruana. Todos mis compañeros eran muy amables conmigo, tampoco voy a ser injusta, pero era una amabilidad distante, fría. Llevaba ya dos semanas en la oficina y jamás me incluyeron en un almuerzo, o un cafecito. Claro que yo podría haberme acollerado también y no esperar que me inviten pero me sentía corta de hacerlo. El resultado era que todos los días llegaba llorando a la casa, pensando que todos me odiaban. Mi esposo, quien ya tenía bastante experiencia trabajando con chilenos trataba de convencerme de que les de tiempo para conocerme mejor, "los chilenos no son tan amigueros como los peruanos, se toman un poco más de tiempo en tomarte confianza", me decía. Y realmente tenía razón, poco a poco me fui integrando al grupo y el día en que me pasaron la voz para ir a tomar un café con ellos casi lloro de la emoción.
Sin embargo nunca estuve contenta en ese trabajo, a pesar de llevarme bien con todos mis compañeros. La única tarea que me asignaron cuando llegué era organizar la base de datos comercial de la empresa en unas planillas Excel. Me parecía absurdo, yo estaba acostumbrada a trabajos adrenalínicos 100%, en la oficina en que trabajaba en Lima era la mano derecha del gerente y él me consultaba las decisiones, ¿qué hacía yo llenando planillas Excel?, ¿para eso esperaron que viniera de Lima a trabajar con ellos? ¿No era más fácil contratar a cualquier egresada de una universidad chilena que sería perfectamente capaz de hacer el trabajo que yo estaba haciendo? Realmente estaba muy descontenta, me aburría a morir en mi nueva chamba y eso hacía que extrañara más el haber dejado Lima y el trabajo que me encantaba. Claro, ahora me doy cuenta que no podía pretender llegar a un país extraño y encima exigir que me den un trabajo más de acuerdo con mi capacidad. Allí nadie me conocía, quizá me estaban sometiendo a prueba a ver qué tan bien podía desempeñarme en trabajos simples antes de darme mayores responsabilidades. Y efectivamente así fue, con el pasar de los meses fueron aumentando de a pocos mis responsabilidades y cuando ya me estaba empezando a sentir cómoda en ese trabajo, cerraron mi área y despidieron a varias personas del área comercial, incluyéndome. Buh, en total estuve 10 meses en ese trabajo… Pero me estoy adelantando… regresemos a donde me quedé.
Otra gran dificultad fue la tensión en que vivíamos mi esposo y yo tratando de organizar nuestro matrimonio religioso desde Santiago. Los papás ayudaron bastante ciertamente pero cada decisión que había que tomar desde lejos era motivo de peleas y más peleas. Ambos estábamos bajo mucho stress, tratando de adaptarnos a la ciudad y sobre todo a la convivencia diaria el uno con el otro. El matrimonio y la convivencia es difícil al comienzo, cuesta adaptarse a la forma de vivir de otra persona y si a eso le sumas otros factores como país nuevo, trabajo nuevo, extrañar Lima, etc., el resultado es explosivo. Tuvimos unas cuantas grandes broncas, tanto así que en algún momento pensé en cancelar el matrimonio. Después caí en cuenta que ya estaba casada por civil y que era demasiado tarde para cancelar nada, ja ja! En todo caso yo creo que a la larga estas discusiones nos unieron un poco más. Mi esposo y yo sólo nos teníamos el uno al otro en Chile, en esa época no conocíamos a nadie más, así que no quedaba otra que enfrentar nuestros problemas y solucionarlos juntos. Acá no valía la típica escena melodramática de la recién casada que coge sus maletas y desde la puerta anuncia: “¡Me voy donde mi mamá!”. No pues, mi mamá estaba a kilómetros de distancia y si alguna vez tiré la puerta de la casa fue sólo para ir a sentarme enfurruñada en la banca que había en la puerta de mi edificio porque no conocía a nadie en Santiago donde pudiera refugiarme hasta que se me pase la cólera y tampoco me atrevía a caminar de noche muy lejos de mi departamento porque aún no conocía bien los alrededores.
Fueron súper complicados esos primeros meses viviendo en Santiago, extrañaba mucho a mi familia, mi trabajo… pero me sostenía un poco el hecho de que pronto viajaría a Lima, primero para mi brunch, y dos semanas después para el matrimonio.
El 7 de noviembre por la noche estaba yo en el aeropuerto de Santiago, dispuesta a viajar a Lima ya que al día siguiente a las 11 de la mañana se celebraría el brunch- despedida de soltera tan cariñosamente organizado por mi mamá y mis tías. Todavía estaba tramitando mi residencia temporal en Chile, así que por si las moscas había llevado mi papelito donde se me otorgaba el permiso de trabajo para extranjeros con residencia en trámite. Había llegado tarde al aeropuerto porque cuando estaba en el taxi hubo un apagón general en Santiago (que no había por lo menos hacía 20 años, bien piña yo), y el tráfico estaba fatal.
Cuando llego a la ventanilla de migraciones, al ver mi pasaje Santiago-Lima-Santiago sólo por un fin de semana, la funcionaria me pregunta si yo estaba residiendo en Chile. Al contestarle que sí, me pidió mi formulario de residencia temporal. Yo no entendía qué me estaba pidiendo, pensé que se refería a la tarjeta de trabajo. Ella me aclaró que se trataba de un formulario color celeste que me tendrían que haber dado en extranjería. Cierto, ese formulario estaba bien guardado junto con otros papeles en mi mesa de noche.
- Lo siento señora pero sin ese formulario no va a poder salir del país.
Faltaba media hora para que salga mi vuelo. El mundo se me vino abajo por un momento, pensaba en mi brunch y en toda la gente que me estaría esperando a la mañana siguiente, y yo sin poder salir de Chile. Casi llorando le pedí una solución a la señorita y ella me mandó a la oficina de Policía Internacional.
Le entregué todos mis papeles al amable oficial de la Policía Internacional, y éste me dijo que la única forma de salir del país era que en ese instante me faxearan el papelucho ese. Eran como las 10 de la noche, ¿dónde vas a encontrar un local de fax abierto en Santiago a esa hora?? Igual llamé a mi esposo a la casa, a ver si por lo menos le podía leer el formulario al Policía. Riiing, riiing, no estaba en la casa. El muy… ni bien me voy yo él también se arranca. De la oficina no se podía llamar a celular, yo no tenía celular todavía, los teléfonos públicos estaban en el segundo piso del aeropuerto, abrí mi cartera y sólo tenía dólares y 50 pesos insuficientes para hacer una llamada, en la casa de cambios había una colaza, faltaban 20 minutos para que salga mi vuelo, ya habían llamado para embarque hacía rato…
Estaba a punto de echarme a llorar en plena oficina de la Policía Internacional cuando en eso se me iluminó el cerebro. Estábamos 7 de noviembre, yo había llegado a Santiago el 18 de setiembre, por consiguiente, por más que ya hubiera iniciado los trámites para mi residencia, no habían pasado aún los noventa días que te permiten quedarte en Chile como turista. Con mi pasaporte en la mano enseñándole las fechas le dije todo esto al policía y se quedó mudo. Yo tenía razón.
- Eteeee, ya señora está bien, puede salir, pero que no se repita, eh??
Volé realmente a mi sala de embarque y fui la última que subió al avión, casi llorando del alivio. Al día siguiente tuve mi brunch en Lima, todo salió maravilloso y a las 6 de la mañana del lunes estaba nuevamente en el aeropuerto de Santiago con el tiempo justo para ir a mi casa, bañarme y volar a la oficina, sin haber pegado un ojo en toda la noche.
Dos semanas después, el 21 de noviembre, tenía que repetir la misma historia en el aeropuerto. Pero esta vez viajaría con mi esposo y a él le acababa de salir la residencia lo cual me daba algo de tranquilidad. Pero más vale prevenir que lamentar así que por si acaso me fui al aeropuerto con un folder donde tenía absolutamente toooodos los papeles que me vinculaban a Chile, mi contrato de trabajo, mi título profesional, el contrato de arriendo del departamento, el bendito formulario celeste, y mi última opción: el parte de mi matrimonio con fecha 22 de noviembre, para que dado el caso de que no me quieran dejar salir nuevamente ponerme a llorar parte en mano diciendo “Por favor déjenme salir, me caso mañana, buaaaaaaaaaaa!”
Felizmente no fue necesario el llanto, bastó con presentar el pinche formulario celeste y pude salir sin problemas y menos de 24 horas después estaba parada frente a un altar diciendo “Sí, acepto”. Ojerosa, cansadísima, pero feliz.
Nuestra boda fue muy bonita, fue hermoso compartir esas horas con la familia, los amigos, pero fue triste también, no sólo era nuestra boda, era también nuestra despedida del Perú. Tuvimos una luna de miel maravillosa en San Andrés y Bogotá donde pudimos por fin descansar de esos meses tan ajetreados y con tanto stress, y finalmente regresamos a Santiago, ahora sí casadísimos por todas las leyes y dispuestos a empezar nuestra vida, ya más tranquilos.
Así empecé en Santiago, podría contarles muchas más cosas pero no terminaría nunca. Ahora recuerdo esas épocas con cariño, cuando recién llegué y dormimos tres semanas en una camita de plaza y media, cuando nuestro televisor estaba encima de su propia caja que servía como mesita, cuando lo único que había en la sala era un árbol de navidad porque no importaba no tener aún juego de sala ni de comedor, pero no podía faltar el árbol en nuestra primera Navidad juntos en Chile. Son cosas que te unen, que te hacen crecer.
Claro que no todo fue color de rosa, el problema de adaptación trajo rebote y el hecho de perder mi trabajo en junio no ayudó mucho y la segunda mitad del 2004 fue una época tan triste en mi vida que prefiero olvidar y borrarla totalmente de mi memoria. Pero las penas vienen y van y desaparecen y ahora que miro hacia atrás veo que a la larga todo nos sirvió para crecer, para madurar, para hacernos cada vez más fuertes, tanto como pareja como individualmente. Y también ayudó mucho tener amigos, gracias a Dios tenemos muchos amigos, peruanos también, más o menos de nuestra misma edad, el mismo tiempo de casados, con hijos chicos, etc. Ellos son nuestra familia acá.
En conclusión, migrar no es fácil, pero se te hace más fácil si es que uno busca adaptarse al país y no pretende que sea el país el que se adapte a ti. Chile en particular no es fácil cuando eres extranjero, es difícil encajar, hacer amistades. Pero cuando las haces son amigos muy buenos, con un sentido del humor genial, es gente muy divertida, muy directa a veces, pero son buenos amigos.
Para terminar quería rescatar un comentario que me dejó hace un tiempo un lector uruguayo llamado Nacho. El vive en Santiago y me dio una descripción de la ciudad tan buena, que no quise que su comentario se perdiera, así que aquí lo pongo:
“No es fácil Santiago, no? de primeras es una ciudad fría, como las montañas que la circundan; los códigos sociales santiaguinos, el humor negro, esa cosa chilena que ya debes haber notado, de vivir todo de forma dual, de discursos dobles, de caretas. No entra de una Santiago, quedas maravillado por la nieve de los cerros y los fríos cristales de sus edificios, por esa estética limpia y ordenada; es una ciudad linda y distante, como esa chica que jamás te dio bola... te sientes afortunado pero presientes que es un lugar que no te va a cuidar.
Hasta que un día te atreves a vivir la ciudad como santiaguino, prestas atención a los mensajes, y aunque en otro tono, te das cuenta que se habla lo mismo que en Lima o Buenos Aires; todos se preocupan por lo mismo, y cuando entiendes la tonada, y captas lo que hablan, te das cuenta que están en lo mismo.... porque somos humanos.
Y Santiago aunque pareciera que nunca termina de derretirse para convertirse en un lugar cálido, un día el sol radiante en el cielo limpio de Providencia, o en el San Cristóbal después de la lluvia, una sesión de risas y alcohol con amigos y duelos de humor negro; un café en el Forestal, esa sensación de vivir en un lugar estable, el olor a pasto mojado, las hojas de colores en otoño, los conciertos que no llegan a todas partes, el metro (ahora semi colapsado), el culto diálogo de muchos chilenos, sobre filosofía, sobre política, historia; los parques el fin de semana, el tecito té club con algún amigo mientras afuera cae agua en baldes, y sientes que la ciudad se te mete en el alma, que es tu hogar, el que no pudo ser allá, y el que no es perfecto acá; pero con penurias y tiempo, Santiago te ofrece su mano helada, y cuando la tomas, y entiendes a esta ciudad te queda marcada, y le tomas cariño."
Y yo estoy totalmente de acuerdo…
Ahora sí, terminé.
FIN